La Ira

Published on octubre 10th, 2012

La ira de Dios es  un espacio de arte especializado en fotografía y nuevos medios creado por  Gabriel Valansi y Nicola Costantino en el 2008. Está ubicado en la calle Aguirre, naturalmente, más precisamente en la planta baja “A” del 1153. En el barrio de Villa Crespo.

Desde el 2010, la curaduría está a cargo de Carolina Magnin y Pablo Caligaris quienes, en una charla con Efecto Kuleshov, nos contaron sobre las características del espacio y cómo este va mutando en cada exposición, de acuerdo a las especificidades de cada obra y cada artista. En La Ira se exponen cinco muestras por año, con una duración de dos meses cada una. “Nos gusta esa duración porque hay tiempo de aprovechar la muestra, no es todo tan rápido, tan vertiginoso”, explica Pablo Caligaris. Además de brindar más tiempo para exponer, hay otra característica que, según sus curadores, hace de La Ira de Dios un espacio particular: “al no proponerse formar parte del circuito comercial, permite que se desplieguen obras que en otros espacios serían inviables”, remarca Carolina Magnin.

 

 

Abominaciones

Hasta el 26 de octubre se puede ver en La Ira de Dios “Sobre Abominaciones y otras Luces” de Gabriel Rud.

El artista, en dialogo con Efecto Kuleshov, contó que en un principio, la muestra se iba a llamar “Introspectiva” porque -según Rud- vincula muchas cosas y muchas series con las que viene trabajando en los últimos años. A partir de la mirada de Marta Zátonyi, empezó a aparecer una idea de unidad, girando alrededor de “lo abominable”, y decidió cambiarle el nombre. Todas las obras están realizadas digitalmente. Forma parte de la muestra un video que contiene varias de las obras expuestas y que originalmente había sido realizado para un video clip de una canción de Daniel Melero, pero: “lo que pasó después fue que hecho el video, Daniel trabajó una banda sonora para el formato instalativo, que ya se aleja del formato canción y se transforma en un sonido ambiental” cuenta el artista.

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Sobre Abominaciones y otras Luces
por Marta Zátonyi

EL TODO BUENO

Primero era el logos. En la tierra imperaba el vacío, y en el universo, el desorden. Las tinieblas estaban sobre la faz del abismo. Por ello, en el principio creó Dios los cielos y la tierra. Los creó con sus palabras. 
Y luego dijo Dios: sea la luz, y fue la luz. Y vio Dios que la luz era buena; y separó Dios la luz de las tinieblas. 
Luego dijo Dios: haya expansión en medio de las aguas, separó las aguas de arriba de las aguas de abajo. Y fue así. Y advirtió Dios que era bueno. 
Después Dios generó la hierba y el árbol, los ciclos, los tiempos y los cuerpos celestiales, el día y la noche, los habitantes de los mares, de los aires y a todos les dio fertilidad. Seguidamente Dios decidió crear los animales de todo tipo. Y al revisarlos, juzgó que todo era bueno. 
Pronto hizo al hombre, lo hizo a su imagen: al varón y a la hembra los hizo. Ordenó que las bestias, igual que las plantas, les sirvieran para alimentarse y el agua para apagar su sed. Y Dios miró a todas sus criaturas y sentenció que era bueno todo lo que había hecho. 
Todo lo que había, era bueno, porque todo lo que había, era hecho por él. Todo era bello, porque todo era bueno. Así lo fijan las primeras palabras de la Biblia. Es la primera enseñanza de la Génesis. 
El pavoroso caos mútose en luz, en hábitat del hombre, en verbo. Y desde entonces, el hombre avanza sin cesar hacia el caos, avanza por la palabra, el mundo se crea con la palabra.

LA TRAMPA DELO BELLO

Pero había una trampa. Todo era bello porque todo era bueno. Faltaba algo. Lo feo faltaba, lo malo faltaba. Todo tenía la forma que decidió Dios padre, nada se movió para no perder su hermosura. Y Dios no alternó ni lo que ya había, y estaba bien, ni en lo que se reflejó por la nada. Que no estaba hecho. Lo que no estaba hecho, era el caos. Pero el caos también estaba bien hecho. 
Lo más terrible no es lo feo como rival de lo bello. El espanto era el invasor, el destructor, el nuevo bárbaro; aquello que no sabe porque no se sabe qué es lo que es y hacia dónde va, porque no va hacia ningún lugar, porque el «hacia» ya está hecho por Dios y es bueno. Porque es algo. 
Las pavorosas huestes comenzaron a engendrarse de esta trampa de lo bueno, de lo perfecto. Lo deformaron y eternamente siguen deformando. Eternamente. No permiten que lo que hayan tocado se quede quieto. La forma se deformó, y el nuevo engendro no pudo adquirir la palabra nueva porque otra vez fue arrastrado y empujado a ser deforme. Y así siempre, y así sin parar. 
Sin los Señores de la Mutación; ellos redimieron al hombre de la eterna belleza del Dios y de la eternidad de su bondadosa trampa. Agitaron lo puro y lo único. Y devenían los bastardos, los híbridos y los mestizos. Que nunca se aquietan, se deforman perpetuamente. Y vino al mundo lo abominable. Y desde entonces se multiplica infinitamente. 
No se conduce a ningún lugar, sino que se expande hacia toda parte. Con él se quiebra el dúo de lo bello y de lo feo. Pues su enemigo nunca ha sido lo bello, sino el letargo, la calma y la quietud. 
Por donde pasa lo abominable arrasa con la forma y deforma sin cesar. Arrasa con la palabra, arrasa con el hábitat. Los llenos y los vacíos pierden su límite, se agitan, se revuelven, se contraen, se expanden.

EL SECRETO

El amanuense Rud escribe y sueña, indaga y titubea. Se retrocede, avanza. Vacila y elige. Entre eso y aquello. Atraviesa los parajes de la doxa, los parajes de la luz, de la forma y de la palabra. Como hechizado se despliega por los oscuros pasajes siempre transitados aunque nunca habitados, donde las masas tumultuosas de las no-formas provocan sin cesar algo bastardo, mestizo, híbrido. Lo abominable. Valiéndose de la alquimia de las luces invisibles, el amanuense Rud va captando esta mutación que se derrama de la forma a la no-forma. No se preocupa de llevar lo bello a lo feo, tampoco, al revés. Quiere atestiguar la secreta esencia de energía, de la vida básica, lo abominable.