Un monólogo de Solana Landaburu. Ilustrado por Santiago Carlomagno.
Mujer: ¡Qué bárbaro! (Mira alrededor) ¡Qué bárbaro! No tienen nombres. Ningún nombre. Era derecho, derecho, a la izquierda, derecho, el perro blanco que está siempre atado, derecho, a la derecha y el cartel. Pero ahora no sé. Porque no veo el cartel. Acá no está. No lo veo. No veo nada. Y encima nada tiene nombres, nada. (Silencio). Yo creo que acá no es. Porque del cartel, ni mu. ¿Lo habrán sacado? Pero sería raro. Muy raro. ¿Qué van a hacer sin un cartel? Un cartel que indique, ¿no? Que diga. (Silencio) Pero nada. (Silencio) Me habré equivocado. Seguro que me confundió el coche ese. No me dijeron que iba a haber un coche abandonado rojo en la segunda cuadra. Y ahí empecé a dudar. Porque no me habían hablado del coche abandonado rojo. Todas las puertas salidas y los vidrios rotos. Tenía plantas alrededor de las ruedas. Como yuyos, pero lindos. No de esos que dan ganas de sacarlos. Como con florcitas amarillas y todo. (Silencio) Me hablaron del perro blanco que está siempre atado. Pero del coche, nada. Y eso que se veía, eh. Llamaba la atención. Es algo como para mencionar, ¿no? Si a una le indican un camino y está ese coche, es como para mencionar. Pero no hablaron del coche. (Silencio) ¿Será que ahí doblé? Con la confusión y todo… doblé. ¿Doblé? (Silencio) En realidad el coche me dio miedo. No por el coche en sí, sino porque no me habían dicho que iba a estar. Habré doblado. Sin darme cuenta. En la confusión y el miedo. (Silencio. Se pasa la lengua por la encía) Además de la lastimadura. No es que me duela mucho. Pero está. Está ahí. Y me tiene una parte de la cabeza ocupada en pasarme la lengua por la encía. Eso me distrajo también. El coche y la lastimadura de la encía. (Se pasa la lengua por la encía) No es mucho. No duele. Pero está. Esas lastimaduras pavas. Me daba cuenta que me estaba cepillando fuerte y se me zafó el cepillo. Una pavada. Esas cosas de una en el apuro y por hacer todo bien… Y ahora me duele. Claro. ¿Cómo no me va a doler? No mucho. No. Pero… está. Como quién dice, se siente. Tengo una parte de mi cabeza runrunrun. (Silencio) De sonsa me lo hice esto. Justo el dentista me había dicho que cuide mi higiene bucal. Y yo, que siempre quiero hacer las cosas bien, empecé a cepillarme como loca. Y ahí tenés. Cuando quiero, no puedo. Y ahora ya tengo esta lastimadura que molesta. (Se pasa la lengua por la encía) Y trato de no pasarme la lengua. Porque es lógico, se puede irritar. Pero no puedo. (Se ríe) Es más fuerte que yo. ¡Qué loca! Y se ve que entre el coche abandonado rojo y la lastimadura de la encía, doblé. Sin darme cuenta. ¡Qué sé yo! Esas cosas que pasan. (Mira alrededor) La cuestión de acá es que no hay ningún nombre. Ninguna cosa que indique. No lo necesitarán, digo yo. Porque si lo necesitaran lo tendrían. No va a ser que lo necesiten y nunca lo hayan hecho. Y yo, que vengo un día, un día cualquiera, se me ocurre que podrían poner un nombre. (Se ríe) Se ve que se manejan así. Derecho, tacho, izquierda, árbol. Y así van llegando. Una no deja de sorprenderse. (Se pasa la lengua por la encía) ¡No me puedo sacar la manía de tocar la lastimadura con la lengua! Si me viera el dentista me mata. Igual, ¿qué va a hacer el dentista acá? De vacaciones seguro que acá no viene. ¿Ya será la hora del almuerzo? No me traje el reloj. Me acuerdo patente que salí a las once y media. (Silencio) “Sí, es cerca. Andá tranquila. Enseguida llegás”. No me traje el reloj. No me traje el telefonito. (Se ríe) Mis hijos me quieren matar cuando le digo telefonito. “Mamá, no se dice telefonito. Mamá, nunca me atendés. Mamá, otra vez te lo olvidaste. Mamá, ¿para qué lo tenés?” (Silencio) Se enojan, pobrecitos. Yo me río, ¿qué voy a hacer? Les cuento que cuando yo era chica había que ir hasta el bar de la esquina para hablar por teléfono. Porque nosotros no teníamos. Y me miran como diciendo: “Y a mí qué me importa”. Son un plato. Yo me olvido que lo tengo al telefonito. Ni lo escucho. Ni sé mandar los mensajitos esos. Mi marido siempre me dice que lo tengo que tener encima por cualquier cosa. ¿Y cuándo no teníamos telefonito? ¿Cómo nos hablábamos? Cuando nos vemos, nos vemos, pienso yo. Pero no se lo digo. Le digo: “Sí, sí, sí, lo llevo encima”. Y después me lo olvido. (Mira) Nadie en la calle tampoco. Se ve que acá, a la hora del almuerzo ya se meten todos para adentro. Y seguro que después viene la siestita. Y andá a saber. Capaz me quedo dando vueltas hasta las cinco. (Se ríe) Me imagino mi marido. Caigo a las cinco y le digo: “Es que me perdí”. Ahí me mata seguro. (Se ríe) “Vos no tenés remedio. No te olvidás la cabeza porque la tenés pegada. A vos sí que no te pasa nada de milagro. Pájaros en la cabeza, tenés”. (Se ríe) Un plato mi marido. Me hace reír. (Se pasa la lengua por la encía) Usted, señora, tiene que atender a su dentadura. Yo la atiendo, doctor. No se nota. ¿Ve todo esto? Sarro. Pero yo me cepillo. No alcanza con cepillarse. Un buen cepillado demora una hora. Yo no tengo tiempo, doctor, para cepillarme una hora. Todos tenemos tiempo para atender a nuestra boca. ¿Ve esto? Caries. Pero no me duelen. No le duelen hasta que le duelan. Usted toma el cepillo así y hace cien veces para arriba, así, y cien veces para abajo. Las muelas, los costados, adentro. Luego toma el hilo dental así y se lo pasa, así. Entre los dientes. No por arriba. ¿Me entiende? Sí, lo entiendo. Muy bien. En un mes vuelve. ¿Otra vez tengo que venir? Otra vez. (Se pasa la lengua por la encía) De atolondrada me lo hice esto. Lo que pasa es que yo quiero hacer las cosas bien. Y ese es mi problema. Me dice el doctor que me cepille, y yo me cepillo. Pero se ve que me atolondro. Igual que ahora. Me atolondró el coche abandonado rojo. Me atolondró el cepillo de dientes. Me atolondran las cosas. (Silencio) La primera vez que tuve que plancharle el delantal al más grande lo quemé. Era domingo a la tarde, a eso de las siete. Y el nene mío empezaba el primer grado. Yo estaba entre contenta y triste. Ojo, quizás era la hora también. Los domingos a las siete me agarra un no sé qué. Yo estaba contenta porque empezaba la escuela el nene mío. Y ya había planchado el delantal dos veces. Me acuerdo que lo compré, lo lavé y más o menos el martes, lo planché. El jueves, lo volví a planchar. De ansiosa. De ganas de que estuviera lindo el nene mío. Impecable para el primer día de clases. Por la ansiedad, el domingo, a las siete, veo el delantal colgado de la percha. Lo miro y me digo: “Lo placho de nuevo”. Le había hecho el dobladillo prolijito prolijito. Perfecto tenía que estar el nene mío. Entonces el domingo a las siete, agarro el delantal y lo plancho de nuevo. En eso, mientras estoy planchándolo, se me da por ponerme a llorar. Esas cosas de loca que tengo. Estaba contenta porque empezaba la escuela, eh, pero no sé. Sería emoción. Sería la hora y el día. Porque me agarra como languidez acá, en la panza, los domingos a las siete. Y no va que lloro. Tanto pero tanto lloro, que tengo que dejar la plancha y agacharme. Como sacudones de llanto tenía. Me temblaban las piernas. Me temblaban las manos. Lloraba con gritos y todo. De emoción, sería. Y de tristeza también. Pero por el domingo. Porque yo estaba contenta que empezaba la escuela el nene mío. Pero los domingos a la tardecita me agarra un no sé qué. (Se pasa la lengua por la encía) Cuando más o menos se me pasa, me levanto y veo que había dejado la plancha arriba del delantal. ¡Todo quemado! Una aureola gigante y un agujero. ¡Para qué! Me quería morir. Ni ganas de seguir llorando tenía. (Silencio) “Andá tranquila que llegás enseguida”. Derecho, derecho, a la izquierda, derecho, el perro blanco que está siempre atado, derecho, a la derecha y el cartel. (Mira) ¡Qué bárbaro! El cartel no está. No hay ni un nombre, ni números. Nada que indique. Una está acostumbrada a allá. Todo tiene nombres allá. Todo tiene números allá. Pero acá, no. Allá no te podés perder. Es imposible perderse. Mirás para cualquier lado y siempre algo ves. Un nombre. Un número. Algo. (Se pasa la lengua por la encía) “Todos amontonados”, dice mi marido. Y sí. Tiene razón. Todos amontonados. Solamente los del edificio seremos 30. Sumado a los edificios de toda la manzana. Más lo de la manzana de enfrente. Más los de la otra y la otra. Y así se suman y somos un montón. No hay lugar. Por eso todo es para arriba allá. Acá no. Acá no debe haber ni un primer piso, nada. Se debe vivir distinto acá. No como allá. Todo a las apuradas, allá. El otro día, con mi amiga Gabi estábamos caminando por la calle. Yo necesitaba comprarme un pantalón. No me gusta ir sola. No me siento con la ropa. No me sienta la ropa. Como que no me hallo, sería. Para mí, todos los pantalones son pantalones. No es que pienso que las florcitas son mejores que las rayas, un decir. No tengo gracia para la ropa. Eso me pasa. Y más después de los nenes. Como que cuando eran chiquitos, la ropa no me duraba nada. Los chicos son sucios. No ellos, pobrecitos, pero ensucian. Sin intención. Están aprendiendo. Pero bueno, ensucian. Y de esa época me quedó como metido en la cabeza que la ropa se mancha, se arruina, se chinga y se estira. Entonces, ¿para qué me voy a comprar algo con un motivo distinto si se va a arruinar? Ya pensar eso, me sacan las ganas de elegir entre una blusa linda y una fea. Si total se va a arruinar. Tarde o temprano se va a arruinar. (Se pasa la lengua por la encía) Gabi me dice siempre que ella me acompaña porque yo con la ropa no me doy. Me causa risa, pero es verdad. Yo con la ropa no me doy. La cuestión es que el otro día que me estaba comprando el pantalón con Gabi… (Se mira el pantalón que lleva puesto) ¡Este es! No me había dado cuenta que lo tenía puesto. Bueno, éste. Ni fu ni fa. Un pantalón a secas, se podría decir. Pero para comprar este pantalón, ¡las vueltas que dimos! Gabi me quería hacer comprar uno más moderno. Ella es toda así. Le gusta que la gente esté a la moda. Y a mí me da igual. Pero ella me hacía entrar en todos los locales que tienen la vidriera linda. Y yo le escapo a eso. Ya la veo a la vidriera y empiezo a pensar que nada de lo que va a haber ahí me va a gustar. (Se pasa la lengua por la encía) Yo ya me estaba poniendo nerviosa porque hacía rato que andábamos buscando y yo tenía un montón de cosas para hacer. Parece mentira, pero si bajás el ritmo en el día, se te va el tiempo. Se te acumula todo. Y no va que pasamos por un negocito horrible y yo me paro a mirar. Todo medio puesto así nomás en la vidriera. Como dobladito pero sin ninguna intención. Y me veo al pantaloncito este. Estaba colgando de un hilo tanza del techo. Muy feo quedaba. Pero lo vi a este pantalón y le dije a Gabi: “Ese quiero”. Se enojó, la otra. Pero después nos reímos. “Un pantalón que no dice nada te compraste”, me retaba Gabi. (Silencio prolongado. Se pasa la lengua por la encía) ¡Soy un caso serio! Enseguida ya se me dispara la cabeza. Y andá a saber lo que estaba pensando cuando doblé justo ahí. Si es que doblé. Porque la verdad es que no lo sé. Es que yo soy así. Quería llegar pero justo vi el coche abandonado rojo, sumado a la lastimadura, y seguro que capaz vi una casita linda, y ya está. Se me disparó la cabeza. Mi marido tiene razón. No pierdo la cabeza porque la tengo pegada. (Se pasa la lengua por la encía) Cuando el más chico se cortó la ceja, no me podían encontrar de la escuela. Justo había salido a hacer los mandados y me había olvidado el telefonito. A veces esas cosas pasan. Casualidades que se chocan con casualidades. El nene mío más chico estaba en la clase de gimnasia y mientras jugaban al voley un compañerito lo golpeó con el codo en la ceja. Los dos habían ido a buscar la misma pelota. A mi nene se le abrió todo acá. (Se pasa la mano por la ceja) Hasta el hueso se le veía, pobre santo. Habré tardado quince minutos en el supermercado. Justo los quince minutos que pasó todo y yo no me había llevado el telefonito. Cosa de no creer. A veces en quince minutos pasa todo y a veces en quince minutos no pasa nada, ¿no? Porque casi nunca pasa algo en quince minutos. Casi nunca. Ya está bien mi nene. Esto pasó hace mucho. (Silencio) ¿Me vendrán a buscar o se habrán ido a pescar? (Silencio) ¡No les dije dónde está el repelente! ¡Con el dengue que hay! Y más en estos lugares, con el agua tan cerca. Y medio con barro todo. Medio fangoso. Parece que una nunca pisa en firme acá. Escuché que en el barro también se crían. Es increíble porque el barro no es líquido, pero parece que les encanta vivir ahí. Y es donde más se reproducen. Yo les tengo terror a los mosquitos. Es como que me ven y se me vienen. Enseguida. Mis nenes dicen que los vuelvo locos con el repelente. Es que yo ya me imagino al mosquito y tiemblo. Porque son vivos, eh. Para mí que se esconden. Porque si te fijás y los mirás bien en alguna pared, después no los volvés a ver. Como si supieran, estos bichos. Y yo me imagino que el repelente es como un escudo. Mi marido me carga y me dice: “Mucha televisión, vos”. (Silencio) Me hace reír mi marido. Me gusta ver los noticiosos. Ahí te enterás de las cosas. Y yo que siempre quiero que esté todo bien, enseguida en verano saco el repelente, en invierno compró las naranjas y el alcohol en gel. Qué sé yo. Como para estar tranquilo. Si te ponés a pensar, puede pasar cualquier cosa. Como con la gripe. Siempre te avisan en los noticiosos si viene fuerte. Y mi marido enseguida me pregunta cómo saben que viene fuerte, cómo saben que es más fuerte que la del año pasado, cómo saben cuánta gente está enferma. Y yo le digo que supongo que tendrán información porque en el noticioso dicen que la gente les escribe y les cuentan. Por mail y esas cosas. Además entrevistan a especialistas de hospitales, personas muy reconocidas. “Reconocidas. ¿Vos los conocés?”, me dice mi marido. (Se pasa la lengua por la encía) No, no los conozco, pero abajo te ponen los cargos. No entrevistan a cualquiera. “Vos tenés mucho tiempo. Ese es tu problema. Mucho tiempo tenés vos”. (Silencio prolongado. Se pasa la lengua por la encía) Yo no tengo mucho tiempo. No tengo nada de tiempo. Pero no se lo digo. No se lo digo porque él siempre está cansado. Cansado del trabajo, cansado de los compañeros del trabajo, cansado del tránsito. Cansado los fines de semana. Cansado a la mañana. Cansado. Cansado. Siempre está cansado. (Silencio) Un día se lo voy a decir. Lo voy a mirar a los ojos. (Silencio. Se pasa la lengua por la encía) Tiene los ojos como dos agujeros. Negros, arrugados, chiquitos. Tiene los ojos de una rata. Así, como bolitas. Son dos bolitas iguales. Sin vetas, sin nada. Dos agujeros en serio. (Silencio) Lo voy a mirar a los ojos. (Silencio) Dos agujeros redondos, opacos. (Silencio) Un día lo voy a mirar a los ojos. (Silencio) Los ojos de un topo tiene mi marido. (Se ríe) ¡Un topo! ¡Yo no tengo cura! ¿Cómo pasé de los ojos de mi marido a los ojos de un topo? ¿Cuándo vi yo un topo? Ni sé cómo son los ojos de un topo. ¡Qué bárbaro! Capaz alguna vez que fui al zoológico habré visto un topo y de ahí me quedó. Como guardado en algún lado, ¿no? De mi cabeza, digo. Porque yo no me acuerdo haber visto un topo en el zoológico. Es más, no creo que haya un topo en el zoológico. Bah, puede ser que haya. Qué se yo. Hace tanto que no vamos al zoológico. Harán fácil cinco años que no vamos. Cuando era chica, me encantaba ir al zoológico. Pero de grande, ya no. A mí me da la sensación que los animales se aburren. (Silencio) ¡Qué idea! Cómo soy, eh. Los animales se aburren. Es que si te ponés a pensar, puede ser. Porque no debe ser divertido estar todo el día ahí. Y más, no sé, los osos polares, por ejemplo. O los leones. O los elefantes. (Silencio) Y seguro que ahí vi al topo. En el zoológico. (Se pasa la lengua por la encía) Soy tremenda. Ya se me disparó la cabeza. Y así, con esta cabeza mía, seguro que doblé antes. Y me perdí. (Silencio) Estoy perdida. (Silencio. Se pasa la lengua por la encía) Un día no lo voy a mirar. No lo voy a mirar a mi marido. No lo voy a mirar a los ojos. Esos ojos opacos, chiquitos, vacíos. No lo voy a mirar a los ojos. Pero le voy a decir. Se lo voy a decir. (Se pasa la lengua por la encía. Observa alrededor) Era derecho, derecho, a la izquierda, derecho, el perro blanco que está siempre atado, derecho, a la derecha y el cartel. Pero acá no es. “Andá tranquila que llegás en seguida”. (Se pasa la lengua por la encía) Un día no lo voy a mirar. No lo voy a mirar a mi marido. No lo voy a mirar a los ojos. Pero le voy a decir. Se lo voy a decir. Le voy a decir que yo no tengo tiempo. Nada más. “Yo no tengo tiempo”, le voy a decir. Él antes seguro que me dijo: “¿Esto hiciste? ¿Todo el día para fideos de paquete?”. Y yo, en lugar de reírme como siempre, no lo voy a mirar a los ojos. No lo voy a mirar a los ojos pero le voy a decir: yo no tengo tiempo. Nada más. Sin mucha explicación, ni nada. Yo no tengo tiempo. Listo. A ver qué dice. Porque siempre tiene una respuesta para todo. Pero yo me voy a quedar firme. Yo no tengo tiempo. (Silencio. Mira. Se pasa la lengua por la encía. Comienza a hablar cada vez más rápido) Estoy perdida. Me perdí. Acá no hay una indicación de nada. Un nombre. Un número. Nada. Nada que indique. “Compráte unas facturitas mientras nosotros preparamos las cañas”. (Se pasa la lengua por la encía.) ¿No podés ir vos? “Dale, ¿qué te cuesta? Nosotros tenemos que ordenar las cosas, sino no nos vamos más”. (Se pasa la lengua por la encía.) ¡No, no me traje el telefonito! No me gusta el telefonito. Sí, le digo telefonito. ¿Y qué? Vos no sabés ni hacerte un huevo duro y yo no te digo nada. El telefonito me lo olvidé. Punto. Me lo olvidé. ¿Algún problema? ¿Y ustedes por qué no me vinieron a buscar? ¿No se preocuparon? ¿Y si me había pasado algo? ¿No se dieron cuenta que acá no hay un nombre, un número, nada? Y los carteles pueden estar hoy y mañana no. Porque no estaba el cartel. No estaba. No, doctor. No tengo tiempo para cepillarme una hora los dientes a la mañana y una hora a la noche. No tengo tiempo. Sé que la higiene bucal es tan importante como la higiene personal, pero yo no tardo una hora para bañarme. ¡Tardo cinco minutos! En cinco minutos, ya estoy limpia. Así que no me diga cuánto tiempo tengo que lavarme los dientes. (Se pasa la lengua por la encía) Es ridículo pensar que alguien puede destinar dos horas a lavarse los dientes. ¡Ridículo! No tengo la cabeza llena de pajaritos. ¿Sabés de qué tengo llena la cabeza? La cabeza la tengo llena de las facturitas que les tenía que comprar, los sanguchitos que les preparé, los bucitos para que no tuvieran frío, la bebida para que no se deshidrataran, el repelente de mierda ese. Sí, digo mierda. ¿Tenés algún problema? ¡Fue una fatalidad que en esos quince minutos pasara todo! Una fatalidad. Yo había ido a hacer los mandados. Nada más. Y sí, me olvidé el telefonito. ¡Nunca pasa nada y de repente el nene se abre la ceja! No, doctor, no. ¡Si hay que destinar dos horas a lavarse los dientes, entonces está mal! Todo mal. ¡El sistema está mal! El sistema de la higiene bucal está mal. No sirve. ¡El sistema no sirve! Piensen en otro. Ese, el de una hora a la mañana y una hora a la noche, no sirve. Doctor, escúcheme ahora usted. Es ridículo creer que una persona puede estar dos horas del día lavándose los dientes cuando tarda cinco minutos para lavarse todo el cuerpo. ¿Me entiende? ¿Me explico? ¡Hay algo ahí que está mal! Ese sistema de la higiene bucal no sirve. Todo mal está ese sistema. Hay que pensarlo todo de nuevo. Todo de nuevo. Todo el sistema de nuevo. ¡En quince minutos nunca pasa nada y de repente el nene se abre la ceja! El sistema de la higiene bucal está mal. ¡Todo mal está ese sistema! ¡Todo mal! ¡El sistema ese no sirve! (Se pasa la lengua por la encía) No lo voy a mirar a los ojos a mi marido. Un día no lo voy a mirar a los ojos a mi marido. No lo voy a mirar a los ojos pero le voy a decir. Se lo voy a decir. Le voy a decir: Yo, no tengo tiempo. Punto. No tengo tiempo. Yo no tengo tiempo. No tengo tiempo y punto. Punto.
Solana Landaburu (Bs. As. 1975) es Lic. en Cs. de la Comunicación (UBA), escribe y dirige teatro. Estudió dramaturgia con Mauricio Kartun y Marcelo Bertuccio y dirección teatral con Diego Kogan. Realizó el seminario Hechos dramáticos y textos filosóficos a cargo de Horacio Banega. Escribió junto a Diego Kogan Picnic 1955, estrenada en 2011 en el Teatro Payró con dirección de Kogan. Declarada de Interés Cultural por la Legislatura de la Ciudad de Bs. As. y en el 2012 participó del ciclo Teatro por la Identidad. Escribió Yo no miento y así me va que estrenó bajo su dirección en 2010 en el Teatro Payró . Es autora además de Oeste. La gente tiene cosas en la cabeza, estrenada en el Teatro Payró en 2008. Su pieza Los fines últimos exceden a todos y cada uno de los miembros de esta organización fue estrenada en 2006 en el marco del ciclo de Teatro Breve “Canapé”, con dirección de Pablo Iglesias. Su obra Si arrastré por este mundo recibió una Mención de Honor del Jurado en la Convocatoria 2000 de los Premios Estímulo a la Creación Literaria y Teatral, Secretaría de Cultura y Medios de Comunicación de la Presidencia de la Nación. Dirigió Pony. Nunca te he negado una lágrima, de Gustavo Ott, en el Festival Espacios Comunes. Fue asistente de dirección de Yace al caer la tarde, de Maximiliano de la Puente, y de Las dos orillas, de Rubén Pires. Participó del libro 8cho y och8 (Buenos Aires, 2014, Arset Ediciones) y del e-book Pelos (Buenos Aires, 2015, Ediciones Outsider) junto al colectivo literario Las Claudias.
Santiago Carlomagno (Bs. As. 1977) realizó sus estudios de dibujo y pintura en el taller del maestro Juan Doffo. Trabaja como animador audiovisual en cine, televisión y teatro. Participó del curso de Programación para Artistas a cargo de Tomás Rawski en la Fundación Telefónica. Realizó muestras individuales: Animal Doméstico (mayo 2015, El Camarín de las Musas), Multitudes (2014, Espacio Auge). Participó en muestras colectivas: Galería Central Newbery – 20 Salón Thesis de pintura (2014), La Noche de los Museos – Universidad de Belgrano (2014), Congreso de la Nación Argentina – “El fin de la espesura” (2014), EN OBRA – Colectivo de artistas – La Tasca del Maipo (2013), 10 Artistas EN OBRA «Intervención en un sótano de edificio» (2013), Espacio RUMBA (2013), Salón Otoño «Artis Fons» (2012). Recibió el 3er. Premio de los Premios Universidad de Belgrano a la Creación Artística 2014, una obra suya fue seleccionada para el «20 Salón Palermo Viejo – Thesis» (2014), recibió una mención en el “Salón Centenario Colegio Ward” (2013), una obra de su autoría fue seleccionada en el “Salón Boca Jrs.” (2014), recibió el premio “Espacio 10” Expoarte (2012). Participó del festival Premios Bridgestone (2013), su corto “SIETE” formó parte de la Selección Oficial del Festival de Cine de Mar del Plata (2008) y de la Selección Oficial del Festival de Cine de La Habana, Cuba (2010). Su cortometraje «La siesta de Jacinto» formó parte de la Selección Oficial de Art Futura (2011).